Está claro que si hablamos de naturaleza humana hablamos de diversidad. Sin embargo, no puedo evitar pensar que hay algo que nos une, a los humanos, en este trayecto que llamamos vida: Todos aspiramos a ser felices.
Cada persona lo hace de una manera diferente, algunos se zambullen en la incertidumbre y los aprendizajes, otros lo hacen proporcionando a sí mismos y a sus seres queridos del bien tan preciado llamado seguridad. En cambio, otras personas creen que la felicidad habita en el interior de todo aquello que nos dé placer. También los hay quienes piensan que la felicidad es algo a conseguir como resultado de la adquisición de los suficientes conocimientos, o amigos, o amantes, o dinero, o amor. Ya te dije antes que el ser humano es diverso, así que podría pasarme escribiendo páginas y páginas acerca de las estrategias que ponemos en marcha para alcanzar la felicidad. Fíjate, he utilizado tantas palabras introductorias en este artículo para que lo más relevante solo esté contenido en tres: ALCANZAR LA FELICIDAD.
Estas tres palabras son la que esencialmente nos movilizan cada día y guían nuestras decisiones y acciones.
Cuando hablo con las personas sobre este tema, en general la mayoría, dejan ver a través de sus palabras que creen que están en el camino y que aún no la han conseguido. Afirman que la felicidad son solo momentos fugaces y puntuales en su existir.
Otro de los conceptos llamativos es que cada uno de nosotros tenemos, como antes he enumerado, la idea de que la felicidad es algo a alcanzar y está fuera de nosotros. Que la felicidad se alcanza como resultado de haber obtenido o vivenciado algo.
También es cierto que el común de los mortales sabemos a ciencia cierta que la satisfacción que nos proporciona lograr algo en la vida es finita: al tiempo se desvanece para dar paso a un nuevo tiempo en el que nos esmeramos por volver a conseguirla. Esta dinámica nos crea la idea de que la felicidad permanente es algo inconseguible y también la tremenda desazón que esta conclusión provoca en nuestros corazones.
¿Podríamos entonces darnos permiso para reflexionar sobre la fórmula que empleamos para la búsqueda de la felicidad?
¿Alegría o satisfacción es lo mismo que felicidad? Son muchos los filósofos y maestros espirituales que concluyen que la felicidad es una energía permanente y que no está influenciada por las circunstancias externas a nosotros o situaciones que nos afectan. Para ser gráfico, y espero serlo lo suficiente, la felicidad es una energía que nos compone. Es decir, que estamos hechos de ella. Es plena, es infinita, es compartible e interminable.
Con lo que la gran pregunta en este tema es ¿Qué es lo que me impide estar en contacto con esta energía? Si es parte de mí, no hay que conseguirla.
Como ves, todo surge a partir de la confusión y el contacto con lo que somos. Por alguna razón nos hemos desconectado de esta parte de nosotros. Pero, por otro lado, tenemos la intuición de que somos algo más de lo que percibimos de nosotros mismos. Entonces comenzamos a buscarlo fuera y, ante el vacío de no encontrarlo, empezamos a compensar esa tristeza con satisfacción rápida y placentera. Sin quererlo, hemos creado un círculo sin fin que consume casi todo nuestro tiempo y energía.
¡Ahora se trata de desaprender!, sin desperdiciar lo que hemos aprendido hasta aquí. Se trata de desmenuzar los conceptos que nos guían en la vida, las decisiones que tomamos y las acciones que realizamos y comprender cuáles no aportan nada a nuestra plenitud y cuáles nos alejan de nosotros mismos, de lo que verdaderamente somos.
El contacto con la felicidad se halla bloqueado en la mayoría de nosotros por velos compuestos de dinámicas que sostenemos, con pensamientos, deseos y acciones, que nos dañan y que nos llevan en la dirección contraria.