El dolor que acerca

Había una vez una madre y una hija, que vivían juntas. La madre padecía una enfermedad grave que, no muy rápido, pero día a día, mes a mes, año a año, iba terminando con su vida.

A los pocos años la hija también enfermó, pero su enfermedad se comportó más violenta que la de su madre, más rápida y más agresiva.

Por supuesto la hija estaba enormemente enfadada con su enfermedad y se preguntaba por qué a ella, por qué más sufrimiento en aquella casa, con el de la madre ya había suficiente.

La hija dejó de salir, de relacionarse con gente y pasaba los días con su madre: miraban la televisión, o simplemente leían juntas una en frente de otra en sillones que habían dispuesto junto a un ventanal en el salón.

Casi no tenían que hablar, en lo que la enfermedad se refería, puesto que, con una mirada, sabían qué síntoma o qué dolor tenía la otra. A veces parecían competir en quién iba más rápido en la aparición de los síntomas. La hija le decía:” tú tienes más tiempo con ella pero yo voy más rápido”, después un silencio, una mirada y rompían a reír a carcajadas por lo ridículo de aquella escena.

En ocasión caminado por el pueblo la hija se encontró con un indigente pidiendo limosna y al intentar coger monedas de su cartera notó que se les escapaban de las manos y que ya no podía controlarlas bien. Se enfadó enormemente y comenzó a golpear con su cartera a cuanto objeto tenía alrededor mientras el hombre la miraba atentamente.

– Qué miras? le dijo ella con los ojos casi ensangrentados de furia

-Por qué estás tan enfadada?

-No te das cuenta, es que estoy enferma! Enferma!

-Y eso por qué te enoja?, si tú lo has elegido

-Cómo voy yo a elegir sufrir?

-Piensa en qué te proporciona esa enfermedad, qué es lo que te permite, por qué la has elegido?

Por la mente de la hija comenzaron a pasar como si fuera una película, los últimos años, todos los momentos junto a su madre, los libros leídos, los programas vistos, las tardes en el sillón, la competencia de síntomas.

Entonces cayó de rodillas y lloró desconsoladamente en los brazos de aquel hombre

Cuando después de horas ella se había calmado él le dijo:

-Ya puedes vivir libremente y dejar que tu madre siga su camino, tu amor por ella es inmenso pero ella te dio la vida para que la disfrutes y ese es el mejor regalo que puedes hacerle, honrar su regalo.

 

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