De ayudadores y ayudados

Una bonita historia que nos sumerge en la hermosa dinámica de ayudadores y ayudados.

Mi agradecimiento a través de este post a todos los que de alguna manera ayudan a los demás a abrir las puertas necesarias para seguir el mejor camino.

 

 

Alguien sale de su casa, se abre paso por el gentío que se agolpa en el mercado, sigue por la

callejuela estrecha, llega a la carretera y al cruce. De repente, el chirrido de un frenazo, un

autobús patina, algunas personas gritan —después oye el choque—.

Ya no sabe qué le pasa: a toda prisa huye, vuelve, primero por la carretera, después por la

callejuela estrecha, se abre paso entre el gentío del mercado, alcanza su casa, se abalanza por

el portal, lo cierra tras de sí, sube corriendo a su piso, cierra la puerta tras de sí, atraviesa

volando un pasillo, hasta alcanzar la última habitación desolada, cierra la puerta tras de sí —y

respira aliviado—.

Aquí está, pues: salvado, encerrado y solo. Tan vehemente siente el susto en sus huesos que

ni siquiera se atreve a moverse. Así espera.

La mañana siguiente, su amiga lo busca. Coge el teléfono e intenta llamarlo, pero nadie

contesta. Preocupada se dirige a su casa, llama al portal, pero nadie reacciona. Así se dirige a

la policía para pedir ayuda, y vuelve con dos agentes. Abren primero el portal, suben

rápidamente las escaleras hasta la puerta del piso, la abren, atraviesan corriendo el pasillo

hasta llegar a la última habitación, llaman a la puerta y esperan un momento. Finalmente abren también la puerta de la habitación y encuentran, totalmente aterrado, al hombre.

La amiga les da las gracias a los dos ayudantes y les pide que se vayan. Después, espera un

tiempo, siente que aún no puede hacer nada, promete que volverá a la mañana siguiente, y se va.

La mañana siguiente encuentra el portal abierto, pero el piso aún está cerrado. Lo abre, sigue

hasta la última habitación, la abre y encuentra a su amigo. Como no le dice nada, ella le cuenta

lo que acaba de vivir al ir a su casa: cómo el sol brillaba entre las nubes, los pájaros cantaban

en las ramas, los niños jugaban a correr y la ciudad retumbaba a su ritmo. Se da cuenta de que

tampoco esta vez puede hacer nada, promete volver a la mañana siguiente, y se va.

La mañana siguiente encuentra abiertos tanto el portal como la puerta del piso. Así avanza

hasta la última habitación, la abre y encuentra a su amigo, todavía inmóvil.

Ella espera un rato; después le cuenta que la noche anterior aún fue al circo, le describe el alegre vaivén, la animada música de marcha, el ambiente de jolgorio, la tensión cuando entraron los leones, y el alivio porque todo salió bien; también las travesuras de un payaso, los nobles caballos de borlas blancas, y el gentío risueño. Después, al acabar su relato, le promete: «Mañana volveré».

La mañana siguiente, incluso la puerta de la habitación está abierta. Pero nadie viene. 

Ahora, el hombre aterrado no aguanta más en la casa. Cierra la puerta de la habitación tras de

sí, cruza el portal y sale afuera. Se abre paso por el gentío que se agolpa en el mercado, luego

sigue por la callejuela estrecha, llega a la carretera, atraviesa el cruce, y decididamente busca

a su amiga.

Algunas historias nos conmueven, y por un momento puede parecer como si la muerte y la

separación se hubiesen suprimido. Al escucharlas, nos relajan, como una copa de vino por la

noche: después dormimos mejor. La mañana siguiente, sin embargo, nos volvemos a levantar y vamos al trabajo.

Otros que toman el vino se quedan en la cama, y haría falta alguien que los supiera despertar.

Así les cuenta las historias ligeramente cambiadas, sacando del dulce veneno un antídoto, y a

veces vuelven a despertarse, libres del conjuro”

Estractado del libro “El centro se distingue por su levedad” de Bert Hellinger

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